jueves, 31 de julio de 2014

El libro como objeto




Frente a mi cama hay un estante que contiene todos mis libros. No hay un orden establecido a pesar de que siempre sé dónde está cada obra. Nabokov puede estar al lado de Bradbury como McEwan junto a Rulfo o a la antología de Safo. El punto es que me gusta que estén frente a mí, me gusta mirarlos, me gusta repasar sus títulos y me gusta el meditado desorden que significa ver a Coetzee al lado de Murakami.
Me infunden paz. Me evocan cosas buenas, cosas lindas. A través de ellos -y en ellos- ha pasado la vida entera, con sus tragedias, sus dramas y convulsiones, y aún así el aura que desprenden es de completa calma...
Sé que no hay mucha gente que pueda entender lo que significa el placer de la lectura o de coleccionar libros. Para mí es algo natural, como respirar y está presente en mi vida desde que tengo memoria, desde que aprendí a leer, desde que por fin aprendí a descifrar esos signos que tanta curiosidad y fascinanción me causaban.
Uno de los primeros y más remotos recuerdos que tengo es el de ver a mi padre leyendo algún ejemplar del Reader's Digest o algún volúmen de la mítica Editorial Nascimento o de Quimantú.
Recuerdo su actitud concentrada, su completa abstracción y me recuerdo a mí, concentrada en él, tratando de entender en mi pequeña cabecita de cuatro o cinco años qué era eso que mantenía a mi papá tan interesado, físicamente tan presente y al mismo tiempo tan ausente y fuera de este mundo...
Mi papá jamás incentivó en mi el hábito de la lectura. Extraña cosa, tomando en cuenta que él mismo era un lector empedernido. Lo que sí hizo, probablemente sin querer, fue ir despertando mi curiosidad con el sólo hecho de que yo lo viera leyendo todo el tiempo, comprando libros y a la larga provocando que esos mismos libros fueran una presencia constante y familiar para mi en la casa.
Nunca sabré si todo eso fue una táctica premeditada o simplemente su comportamiento habitual y natural con algo tan cercano y familiar para él como los libros. El punto es que muy probablemente él nunca pensó que haría de mi una lectora voraz y casi patológica, una coleccionista, una persona que no concibe su vida sin leer un buen libro cada semana del mes, que ha aprendido de los libros más que de cualquier año que haya pasado en el colegio y que agradece infinitamente esa puerta que él ayudó a abrir hacia un mundo, un universo, un mar de conocimientos, de historias, para mostrarme que allá afuera, en los libros, habían realidades completamente distintas a la mía y a las cuales yo podía acercarme gracias a ellos.

Todos estos recuerdos tan lindos los traigo a colación por el placer (ese placer que sólo un bibliófilo o un lector voraz puede entender) que sentí hace un tiempo atrás al encontrar de manera totalmente casual una edición maravillosa del libro Drácula que yo siempre había soñado tener, y que sólo había tenido la suerte de leer y admirar en mis años de enseñanza media, gracias a la humilde biblioteca de mi colegio, humilde en cuanto a cantidad de volúmenes pero extrañamente hermosa y bien surtida en cuanto a calidad, a pesar de ser la biblioteca de un malo entre los malos liceos públicos de mi comuna.
Me enamoré de ese libro, y gracias a él, me enamoré del mito de Drácula. Nunca en mi vida había tenido en mis manos un libro estéticamente tan hermoso y que al mismo tiempo, gracias un extenso prólogo con un interesantísimo análisis a cerca de Drácula como personaje literario, me permitiera comprender tan bien cómo una época (la era Victoriana) pudo tener un influjo tan grande en la concepción de un personaje ya tan mítico como lo la figura del conde.
Lo encontré en la librería Antártica, ese lugar tan odiado y amado por quienes amamos leer: odiamos la calidad de la atención de sus vendedores y su vana pedantería de falsos "libreros"; odiamos su habitual desorden; odiamos su ridícula distribución de los libros, que como buen comercio privilegia la exhibición de los odiados best sellers por sobre la literatura de verdad; odiamos sus insólitos precios, pero amamos, a pesar de todo, la posibilidad de tener en nuestras manos libros maravillosos, de tapa dura o de formato bolsillo, o de editoriales que se caracterizan por el hermoso arte de sus portadas y que, claro, pueden costar un ojo de la cara, pero que a nosotros, como amantes de los libros que somos, bien nos contentamos con sólo tenerlos en nuestras manos y admirarlos...
Muchas veces había tratado de conseguirlo en librerías de Santiago y nunca estaba en ninguna. La única posibilidad era traerlo desde España a un precio exorbitante y en un tiempo demasiado extenso para mi gusto. A esas alturas ya me había aburrido de preguntar en la mentada Antártica qué ediciones de Drácula tenían para ver si es que ocurría un milagro y me decían que había llegado alguna nueva... Esa, mi amada y soñada edición de editorial Cátedra de España...
Y el milagro ocurrió... Un día cualquiera de hace algunos meses atrás, ahí estaba, frente a mi, en la sección de "Clásicos" cuando yo jamás me hubiera esperado encontrarme con él... El corazón me dio un vuelco y durante un par de segundos quedé totalmente suspendida, paralizada... Y no pasaron otros tantos segundos hasta que por fin lo pude tener en mis manos, sin poder creerlo aún...
...Cómo no caer rendida de nuevo ante la impecable traducción y ante su soberbia portada (con un fotograma de Gary Oldman en su interpretación de Drácula para el film de Francis Ford Coppola, ataviado con la ya legendaria capa roja con el escudo de los Dracul bordado con hilos de oro, con una peluca de un blanco inmaculado y sosteniendo un cáliz de oro lleno hasta los bordes de sangre); cómo no maravillarse con sus varias imágenes interiores (del algunos de los distintos Dráculas cinematográficos: Bela Lugosi, Klaus Kinski, Gary Oldman; de Vlad Tepes, el personaje histórico que inspiró a Bram Stoker a crear Drácula); cómo no fascinarse con las abundantes notas a pie de página, tan necesarias para entender la complejidad y profundidad del mito de los vampiros en el folklore de Europa central, de los países nórdicos y de Inglaterra y cómo no regocijarse con el ya comentado prólogo con páginas y páginas de un profundo análisis sociológico al mito del conde, que sirve para entender cómo a un irlandés como Bram Stoker -católico de bautismo, pero con serias dudas respecto a la fe en la que creció-, en plena época Victoriana, pudo haber escrito una obra tan transgresora, monumental, universal y tan eterna como Drácula.
Sí, para todo el mundo puede ser un simple libro... Para alguien como yo que adora los libros, que adora su olor, que sabe diferenciar una buena edición de una derechamente mala o una buena traducción de una francamente mediocre, que se maravilla ante la primera edición de un libro, ante una hermosa portada de tapa dura o ante un libro extraño y maravilloso encontrado en un lugar insólito como la sección de libros del Jumbo (años atrás encontré ahí una pequeña edición de bolsillo de Axel de Villiers de L'Isle Adam, a precio de huevo entre bazofias que no merecían estar al lado de mi pequeño tesoro pero que costaban diez veces más...), para alguien como yo, o para cualquier otro bibliófilo, cualquier otro coleccionista, haber encontrado esta maravillosa edición de Drácula, fue todo un milagro, un suceso...
Como fanática declarada de Drácula que soy -como personaje ícono de la literatura fantástica, como personaje representativo (sí, absolutamente representativo) de una época tan prolífera en personajes literarios eternos como lo fue la época Victoriana-, puedo decir con absoluto conocimiento de causa que esta, la edición de Cátedra, es la mejor que hay en español, por todo lo que describí anteriormente y por otras tantas cosas que seguramente se me quedan en el tintero... He visto y leído otras muchas ediciones, todas deficientes, mal traducidas o de portadas horribles, o algunas medianamente decentes que en algo sirven para quien se quiera acercar a la figura de Drácula, pero ninguna le llega ni a los talones a esta pequeña joya que tuve la suerte de encontrar donde menos me lo esperaba.

Ya lo dijo Eco (en Nadie acabará con los libros, otra maravilla que cualquier bibliófilo que se precie de tal debe leer y tener en su biblioteca personal): "El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro ha superado la prueba del tiempo... Quizás evolucionen sus componentes, quizás sus páginas dejen de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es."

Seguirán siendo esos maravillosos soportes de toda la experiencia y el conocimiento humano, es verdad, pero también, para algunos de nosotros, seguirán siendo también esas joyas, esos hermosos objetos, esos hermosos fetiches capaces de alegrarnos el día y de maravillarnos con su pequeña belleza.

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